sábado, 25 de julio de 2009

Su soledad de océanos sin botes

Ojos marchitos los ojos del espejo. Eran sus ojos ya vacíos de lágrimas, ya secos de espejismos en desiertos de arrugas...
"¿Pero... no ves que él no es lo suficientemente bueno para vos? ¡¿Ese?! ¡Ese, con esa pinta, se te va a ir con la primera que se le cruce! Y el otro... sin dinero... y el de más allá, tan soberbio... y el de más acá, tan tímido que no llegaría a nada..."
Ojos abrumadoramente tristes los del espejo, porque ya no encontraban dónde reflejarse...
"¡Prometelo! ¡Prometeme que si no te casas conmigo te vas a quedar sola! ¡Que nunca vas a amar a ningún otro!". "Lo prometo... ¡Qué cosas se te ocurren...! Si... ¿no estamos bien juntos? Y claro que te amo y jamás voy a poder amar a otro..."
¡Qué desgracia tan grande el dudar tanto y terminar al fin no amando a nadie!
"Las chicas buenas miran hacia abajo..."
Y claro que si un hombre hubiera visto su alma tan claramente como ella en el espejo... ¡La hubiera amado tanto! Pero vaya a saber por dónde andaba oculta su alma colmada de respuestas sin preguntas.
Si conocieran las voces que la colmaron de este desamparo, su soledad de océano sin botes...
Tal vez, las que la amaban verdaderamente... Tal vez, y aunque sea por una sola noche... hubieran callado.
ROXANA LAURA RONQUILLO

martes, 14 de julio de 2009

Novecientos cuatro


El día había sido agotador. Por fin, el juez determinó que el padre de mis hijos (maldito hijo de perra mal nacido y...) debía hacerse cargo de la tan discutida "cuota por alimentos". Mi único deseo era dormir y, después de las trescientos cincuenta interrupciones de mis hijos, mis mascotas y el teléfono, me coloqué los auriculares para no escuchar a nadie, encendí la radio y me relajé en la cama.
"Si querés ganarte una entrevista con Roberto Passat, nuestro astrólogo y tarotista de confianza, podés enviar ahora un SMS a 70707 espacio radiovirtual y tus datos..." Entredormida, logré seguir como pude las indicaciones de la locutora. Y no recuerdo más. Caí en un profundo sueño.
Alarma. Odio las alarmas aunque provengan del celular con la música seleccionada por mí. Hora de levantarme. Remoloneo, pero conozco mis obligaciones. Me ducho, me cambio y parto valientemente a cumplir con mi trabajo después de la pequeña siesta. El sonido del celular interrumpe las explicaciones que le estoy dando a mi alumna. También odio que el teléfono suene en medio de mis clases. Mi entorno más cercano tiene en claro que sólo deben llamarme en caso de vida o muerte. No es nadie de mi entorno cercano. Corto la comunicación sin contestar, pero olvido silenciarlo. A los cinco minutos vuelve a sonar y decido atender.
- ¿Roxana...?
- Sí... -mi voz surgió inevitablemente parca y cortante- Estoy trabajando. En este momento no puedo hablar con nadie.
- Te cuento rápido, entonces. Mi nombre es Luciano. Te llamo de radiovirtual porque ganaste una entrevista con nuestro astrólogo...
Tal vez porque pocas veces gano algo, tomé sin demoras los datos para comunicarme con el astrólogo y acordar día y horario de la entrevista.
Avenida de Mayo al 2300... a la derecha... Un pasaje... Un lugar tan familiar... A dos cuadras de ahí se levantaba el caserón que habitaron mis suegros antes de su última mudanza. Sí, está bien. Puede tratarse de una actitud masoquista, o nostálgica, o me dejé llevar por la veta melancólica de mi personalidad, pero no pude evitar ir a verla. Mientras caminaba, la imagen de un remis con una pareja y tres niños avanzó desde mi pasado, deteniéndose en la puerta de la casona. Infancia. Risas. Ellos ni sospechaban del abismo que surgía entre su padre y yo. O verían las crisis como algo natural y pasajero. Aún dentro del fracaso de mi matrimonio hubo momentos muy felices. Una tristeza muy honda golpeó mi cuerpo con fuerza. ¿Por qué será que los para siempres duran tan poco? El tiempo avanza, irremediablemente. Y en algún rincón del alma, el pasado deja sus cajas al alcance exacto de nuestra nostalgia. Una sensación de paz y de perdón se hizo lugar junto a la de tristeza. Un sentimiento de punto final y nuevo comienzo reemplazó a la rabia acumulada después de tantos años. Ya no tenía nada que hacer allí. Volví sobre mis pasos hacia la calle del tarotista, lagrimeando, pero con una increíble paz interior.
Busqué el 904, pero no existía. Quedé parada entre el 902, una hermosa casa de alto, y el 906, un largo pasillo gris, desconcertada y sin saber qué hacer. Miré en la agenda. Decía claramente 904. ¿Me habría equivocado de calle? LLegué hasta la esquina. La calle era la correcta.
Toqué timbre en la casa de alto, pero una chica de mirada desconfiada me aseguró no saber sobre Roberto Passat. En el pasillo, una viejecita que no escuchaba nada negó con la cabeza y me dejó sin explicaciones. Caminé dos cuadras hasta el locutorio más cercano y llamé al número de teléfono que me facilitaron en la radio el día que gané la entrevista. Ése al cual había llamado para acordar esta fecha, este horario... "Sí, señorita, el número es ese pero acá no vive nadie con ese nombre...".
Desorientada, regresé a casa. Abracé a mis hijos como si fuera el último minuto de mi vida. En los momentos más críticos, más difíciles, el perdón nos deja un rastro de enorme plenitud y una gran dosis de felicidad presente. Y esa certeza de aprovechar cada segundo como si fuera el último. Mañana hablaría a radiovirtual y todo se aclararía, me dije.
A las 14 hs. del día siguiente, me encontraba a la espera, teléfono en mano. Una voz más sorprendida que la mía me afirmó que no sabía de ningún sorteo, ni de ninguna entrevista. Pregunté por Luciano. No, no había nadie con ese nombre. Por supuesto, también Roberto Passat era un perfecto desconocido...
Roxana Laura Ronquillo