martes, 15 de septiembre de 2009

Una imagen... ¿Vale más que mil palabras?

"¡Cuidado!", me dijo una vez un amigo, "porque todo lo que va, vuelve... Así es la famosa Ley del Boomerang".
Recuerdo que lo miré sonriendo. Muchas cosas se habían ido de mi vida y nunca regresaron...
No obstante, tengo que reconocer que comprendí la famosa "Ley del Boomerang" en una fecha precisa: 21 de septiembre de 2005.
Cuando Fabio Gabriel Alzamendi entró por primera vez a la oficina, mis compañeras callaron de golpe, se frenaron a mitad de lo que estaban haciendo, y durante unos segundos, todo fue "él", todo se redujo a su impecable presencia.
Impecable... no encontré adjetivo que pudiera definirlo mejor. Cada centímetro de su imagen arreglado exactamente como debe ser para causar la mejor impresión.
A mí, no me impactó. Jamás me gustaron los chicos impecables. Los prefiero bohemios, al mejor estilo Cortázar; o rebeldes; o incluso vestidos de un modo muy personal, pero con esa creatividad y dulzura que llega al corazón, y no a la vista... tipo... Alejandro Lerner.
Mi "impecabilidad" también dejaba bastante que desear: los años trabajados en la empresa me otorgaban la libertad de vestirme como se me diera la gana. Mis jefes conocían mi criterio y forma de trabajo, mis clientes también, y eso me permitía ser... yo.
Durante un tiempo lo fastidié con mi actitud, mis bromas, mis burlas. Él sonreía en silencio y continuaba en su tranquilo mundo.
"¡Qué lindo corte de cabello! Es justo para vos", lo lisonjeaba una de mis compañeras. Traidoras. Sólo piropos dirigidos a su persona. Un recién llegado...
"Esa corbata resalta increíblemente el color de tus ojos..."
Con esa voz fingidamente dulce, casi empalagosa...
¿La corbata que resalta el color de los ojos? La estupidez más grande que escuché. ¿De qué color tenía los ojos?
A la primera oportunidad, me acerqué a llevar unos papeles y estudié de frente su mirada. Claros, mezcla de verde con un almendra casi dorado... Seguí con el estudio de su nariz recta y masculina, el mentón pronunciado, los ángulos de su rostro... Y me retiré asustada al llegar a su boca sensual, casi perfecta.
No. A mí no me gustan los perfectos. Si hasta de pequeña, cuando veía dibujos animados, los lindos siempre me resultaron insulsos...
Al día siguiente, frente al espejo de casa, con una sensación inexplicable, extraña en mí, ensayé ponerme una pollera de corte al bies, bastante correcta y femenina. Y cuando él entró a la oficina, sentí deseos de despeinarlo, aunque sólo fuera por verle algo fuera de lugar. El traje, de buena marca, caía suavemente sobre sus hombros y sus brazos delgados, pero firmes. Me propuse adivinar si practicaba algún deporte... Tenis. Seguro. Por su manera de moverse, sobria, elegante, pero distinguida... O golf.
A medida que pasaban los días le fui sumando a la femineidad de mi pollera, una blusa clásica, pero que destacaba mis formas, un peinado recogido, y de pronto, decidí que me hacían falta unos zapatos nuevos y algún labial de esos que realzan la juventud y transforman la boca en promesa...
Mi jefe aprobó mi cambio y bromeó con que "ahora sí, iba por el camino del ascenso".
Fabio Gabriel Alzamendi no dijo ni "ah" de mi nuevo estilo.
Su camisa blanca inmaculada y su seguridad al moverse comenzaron a ponerme incómoda.
"¿Tenis...?, me devolvió la pregunta con una media sonrisa que le desconocía. "No se me hubiera ocurrido... Practico taekwondo..."
Quedé boquiabierta. La primera brecha entre mi percepción y su realidad.
La segunda fue observar cómo se manejaba con sus clientes. Como amigos de toda la vida. Nada formal, nada estudiado, nada del contador eficiente que yo suponía.
Dejé definitivamente de hacerle bromas cuando mi imagen se había vuelto tan impecable como la suya. Comencé a tartamudear cuando mis compañeras ya lo trataban como a un miembro más del equipo, alguien común y corriente. Un impulso desconocido me llevaba a descubrirle una pelusa en el saco, a acercarle unos papeles por una firma impostergable, un cafecito en un día frío...
Siempre parecía a punto de decirme algo, pero un escueto "chau, nos vemos" salía de sus labios... y nada.
Hasta ese día específico. 21 de septiembre de 2005.
- Esperá... -me dijo con su voz suave, y yo con el picaporte de la puerta en mis manos...
Cerré bruscamente y al segundo me puse frente a él...
- "¿No te enojás si te digo algo?
Ahora sí, me dije a mí misma. Ahora sí me dice que lo asombré con el cambio y mi femineidad y mis zapatos nuevos brillando hasta el peinado tan prolijo como el suyo...
Y continuó, a un centímetro de mi nariz:
- Perdoname, no te enojes, pero... Me gustabas más antes. No me gustan las chicas buenas y formales...

ROXANA LAURA RONQUILLO

martes, 1 de septiembre de 2009

UNA... O... LA OTRA...

(La sombra de ser Una... o ser La Otra)

Yo alguna vez fui Una... Y alguna vez fui La Otra... por eso, esto lo escribo desde la piel, desde la mirada de un amigo (amigo, sexo masculino) del Personaje Principal, que, como en estos casos... y por andar de acá para allá... no está presente.

Y realizada esta aclaración... Acá va el cuento:

Una es una bella mujer. Todas las mujeres son bellas. Pero La Otra es diferente. Y todo lo diferente suele ser más atractivo que lo bello.
No quiero con esto justificar a mi amigo Camilo, pero reconozcamos que todos sabemos lo que se siente por La Otra.
Una es dueña de una casa con todo lo que la casa contiene. Y atender las cosas que posee mantiene a Una ocupada todo el día. A veces, poseer nos hace esclavos. Una me dijo que cansa verse convertida en esclava de su casa, de su marido, de los tiempos de los demás y de todo lo que "debe" cuidar porque es "suyo".
La Otra sólo se tiene a sí misma. Y da. Lo da todo como solamente pueden hacerlo los que no poseen nada más que a sí mismos.
Una ama y exige que la amen por igual. La Otra da amor. Sabe que el amor no puede forzarse, ni tampoco exigirse... que el amor es algo que sólo puede darse...
Una siempre está rodeada de amistades. Porque soy su amigo, me confesó que la harta hacer todo como todos le aconsejamos que debe hacerse. Que la invaden las ganas de revolear nuestras opiniones por la ventana de su casa junto con todo el resto de sus cosas, para hacer lo que se le da la gana. Pero, en el fondo, tal vez por comodidad, nunca la vi revolear nada.
La Otra... es bastante solitaria. Los hombres jamás la vimos con mirada de amigo, y las mujeres creo que sienten por ella una mezcla ambigua de celos, rivalidad y deseos de ocupar su lugar.
Desde pequeño, Camilo fue muy reservado con sus sentimientos y emociones. Aunque todos supimos, o adivinamos, o creímos saber lo que le pasaba con Una y con La Otra.
Una era su pasado. Y, tal vez, su futuro. Pero La Otra siempre Es su presente.
Una es su mundo, su casa de muñecas, el orgullo de ser alguien frente a todos. La Otra, su alegría de vivir, sus fuerzas, sus deseos, su interior dado vuelta, el orgullo de ser alguien frente a sí mismo.
Una no lo escuchaba, pero con La Otra no necesitaba hablar.
Yo lo entiendo... ¡Quién mejor que yo para eso! Quién tan parecido... La misma circunstancia, tan igual, tan calcada con los mismos recovecos... Ese exacto vaivén que nos traslada de acá para allá, del mundo hacia nosotros, y de nosotros hasta perdernos en el abismo dulce de un cuerpo de mujer...
Frente al ventanal inmenso de su casa, Una espera con la mirada fija en el jardín de la entrada. En un rato, una parte de Camilo llegará, como siempre, en su auto azul. La parte de Camilo que Una espera no llegará, sin embargo. Se ha quedado extraviada entre los paisajes del cuerpo de La Otra. Se ha quedado rodando entre sus labios cálidos y la frescura simple de su risa.
En un cuartucho gris, casi sin nada, sólo consigo misma, La Otra espera con la mirada fija más allá del pequeño cuadrado de su ventana. Más allá de la flor fucsia de su única maceta. Abrazada al fantasma invisible de la parte que le dejó Camilo.
Lo que La Otra espera tampoco llegará. Estará más allá del ventanal inmenso, cómodamente instalado entre sus cosas, haciendo lo que debe hacer, inventando una reforma, buscando algún arreglo, alguna ocupación que lo mantenga entretenido, para esconder el miedo que le genera el deseo de salir corriendo a entregarse a sus brazos.
Y yo... también espero...
Espero que Camilo se decida a hacer lo que siente... Porque conmigo, a solas, entre mis brazos, Una es capaz de ser La Otra.