Sin que los llame, tus ojos llegan volando a pegarse en el vidrio. Y tu boca… tu boca nunca deja solos a tus ojos por demasiado tiempo… Y en un borrón del vidrio comienza a dibujarse tu holograma… Entonces, tu recuerdo se mezcla con el viento y, soplando mi cabello hacia la nuca, me susurra te amos imposibles, jugando misteriosas escondidas. Porque las escondidas son escaparse de los imposibles por un rato, o soñar que no existen, o convertirnos en dioses del Olimpo para inventar el mito del amor que persiste bajo las formas que los dioses le damos.
Y te escondés… en cada rincón, así, en el viento, detrás de alguna puerta, en otros ojos, entre los árboles… Y tu mejor lugar para esconderte es mi peor lugar para encontrarte, porque te llevo tan dentro de mí que no puedo apartarte ni un segundo; cada centímetro de mi cuerpo es una roca en la que buscás cobijo y te quedás a jugar escondidas.
Te llamo, pero no estás. Mañana, me prometo. Ya es mañana y te mando un mensaje, pero estás en la casa de Pablo porque… Lo borro. No estás y punto. Y te echo. Ya no quiero que te escondas en mí. No quiero verte, ni descubrirte, ni presentirte. Te echo bien lejos y detrás de la ventanilla del colectivo comienza a llover.
Te juro que nunca más voy a atenderte. Y que silenciaré el teléfono para no escuchar y tentarme a la respuesta.
Te juro que detrás de las ventanillas sólo veré vidrieras coloridas, pavimentos grises, personas agitadas o semáforos. Que no dejaré que avance tu holograma, ni que tu voz me susurre al oído.
Vas a buscar en todos los lugares conocidos a mi holograma de lágrimas de lluvia. Y no vas a encontrarme. Porque me habré volado con el viento de la ventana abierta.
ROXANA LAURA RONQUILLO