Como pez en el aire.
Como gato en el agua.
La asfixia dolorosa de no encontrar entornos.
La muerte irremediable.
Demasiadas palabras fluyendo por mí sangre,
retorciendo la forma de explicar
lo que no tiene por qué ser explicado,
hasta obligarme a abusar de mis silencios,
de mis absurdas síntesis,
de mis adioses.
Me enredo en mis propios caminos que se cruzan.
He piloteado naves tan difíciles...
He caído, profunda y brutalmente, a los vacíos ajenos...
Pero también he vuelto
como siempre regresamos todos:
al origen,
a los faros del alma,
a tocar una orilla del insondable océano del espíritu.
Luego de tanto vuelo y tanta búsqueda
aprendí a reencontrarme
con cielos conocidos,
y con la cruz del sur que marca el rumbo.
A disfrutar los ciclos
sin ansias y sin miedos,
porque al fin todo pasa y todo vuelve,
y algo queda en la tierra,
casi muerto, palpitando inviernos,
renaciendo como de la nada
frágil
seguro
imperceptiblemente para muchos,
en cada primavera.
En la jungla voraz
que es este mundo exigente de nadas,
aprendí que no existen secretos.
Que solo hay que saber aguzar el oído
y abrir la mente
para ver todo a un cambio de distancia.
Que el único deber obligatorio
es prepararnos para el siguiente paso
y atrevernos a darlo.