jueves, 29 de octubre de 2009

Una imagen... ¿Vale más que mil palabras? - Parte 3

(tercera entrega... el siguiente post será el final)
DESDE LA VENTANA…

-Una ex novia –me respondió, restándole importancia (o intentando que yo lo hiciera), después del quinto llamado de Sandra, y cuando al fin me animé a preguntar sin rodeos.
-Yo soy así, las vuelvo locas… -finalizó el tema con esa sonrisa seductora y un brillo burlón en la mirada.
- A todas las tontas que no tienen algo más interesante en su vida –lo corté secamente, a la medida exacta de mis celos.
Él rió, se paró frente a mí y me abrazó. Su voz se volvió muy suave, y sentí su aliento susurrando muy cerca de mi oído...
- ¿Estás celosa?
- Yo no soy celosa –mentí, intentando zafarme del abrazo porque… era el último retazo de cordura, voluntad y lógica que me quedaba.
Mirando mis labios con el mismo deseo que yo observaba los suyos, se acercó más y me besó, larga y apasionadamente.
No me pregunten cómo fue el desarrollo de los acontecimientos, pero lo cierto es que al tiempo (y ni siquiera un “tiempo prudencial”), mi corazón latía desaforado, locamente enamorado de Fabio, que también estaba “enamoradísimo” de mí.
Como ya dije, el amor es ciego. Entonces no vi ninguna de las señales que hoy veo, por la falta de amor.
En un comienzo, sonaba razonable que la nuestra fuera una “relación clandestina”, para evitar que se convirtiera un obstáculo en el trabajo. Quienes sospecharon algo dentro de la oficina, mantuvieron el silencio como un código de honor.
Era viernes. El último viernes de un noviembre caluroso y húmedo. Todos deseábamos escapar a cualquier lugar fuera de esas cuatro paredes asfixiantes, cargadas de estrés. Fabio se despidió y salió quince minutos antes de que yo, casi sin quererlo, me asomara por la ventana.
En las relaciones clandestinas, uno termina (o comienza?) por espiar, porque pierde el derecho de preguntar.
Detrás de las cortinas la vi, esperando en la vereda. Apagué algunas luces y volví a pegarme a la ventana, esta vez, en forma absolutamente intencional. Fabio gritaba, visiblemente irritado. No conocía ese costado casi violento de su personalidad. Las palabras no se escuchaban claramente, pero las voces se elevaban cada vez más. Ella lo señalaba gritándole “basura”. Llegué a verlo empujando su hombro con fuerza, mientras ella, al tiempo que casi perdía el equilibrio, giraba para irse.
Él intentó tomarla de un brazo, pero ella, soltándose bruscamente, se alejó.
Silencio total. Imaginé mi rostro desencajado, intentando encontrar respuestas. El rostro de Fabio, impávido. En minutos, la oficina y sus alrededores morían en manos de la noche. En minutos, la discusión, la chica de la vereda y mi enamorado, se esfumaron, cada uno por su lado.
Quisiera justificar mis comienzos como espía diciendo que fue por amor, pero no, eso no es amor, es una desesperada búsqueda de respuestas a través de métodos que me avergüenzan de mí misma: revolviendo papeles, revisando a escondidas, y oscilando entre el amor y el odio a ese ser que había roto los cimientos de mi vida desde que lo conocí.
Una espía comienza con la punta del ovillo, y finaliza cuando descubre cosas que no desea encontrar.
La chica de la vereda era Sandra… Sandra Belardi, la ex… Pero ese descubrimiento sólo fue un comienzo…

Roxana Laura Ronquillo

viernes, 16 de octubre de 2009

Una imagen... ¿Vale más que mil palabras? - Parte 2



De dos cosas estaba segura… No. De tres cosas: La primera: no volvería a mi antiguo y descuidado look sólo porque Fabio Alzamendi no aprobara éste. La segunda: los dos llevábamos una careta, podría decirse social o laboral, pero conocíamos la existencia de esa fachada y lo absolutamente personal que se escondía debajo de ella. La tercera: este hecho nos unía e igualaba en un secreto del que no hacía falta hablar.
Después de ese veintiuno de septiembre me propuse ignorarlo, pero con plan y estrategia. Despechada, herida, rechazada, mi primer objetivo era hacer que él se diera cuenta de su error: yo podía ser formal o informal, chica buena o rebelde, pero la belleza de lo interesante la llevaría siempre bajo cualquier “disfraz social”.
Ignorar con plan y estrategia genera un gran desgaste de energía, pero la recompensa es que en el otro engendra la necesidad de plan y estrategia para reconquistar “lo perdido”.
Él no tartamudeó jamás, pero un impulso desconocido lo transformó en alguien servicial, solícito y enteramente seductor.
Mi gran error fue evaluarlo desde mi óptica, interpretar su mirada desde mis ojos. Porque yo, extravertida, emotiva, inestable, afectuosa, no podía saber que todas estas características pudiera él utilizarlas para camuflarlas a su antojo y transformarse en la imagen que yo necesitaba ver.
Los hombres de este tipo (que ahora llamo T1000, por eso de cambiar de forma según la circunstancia, como el androide de “Terminator 2”), estudian de manera sutil, pero muy hábil el interior de los demás. Y se benefician con ese poder de… empatía… o conocimiento inconsciente de las necesidades y deseos más íntimos del otro.
Hubo oportunidades para descubrirlo, pero lamentablemente, sólo puedo justificarme con la vieja y conocida frase de que “vemos únicamente lo que queremos ver”. Cuando descorremos el velo, ha pasado tanta agua bajo el puente que no recordamos ni siquiera quiénes éramos, y nos alcanza una sensación de desconocimiento de uno mismo, de “falta de imagen en el espejo”, de ser un algo difuso y perteneciente a otro que, a la vez, genera deseos de alejarse, miedo y vergüenza.
El primer indicio fue un llamado. Una tal Sandra. Creí percibir que el rostro de Fabio se endureció cuando mencioné su nombre. Fue un gesto casi imperceptible que duró una fracción de segundo, tensar sus labios y palidecer… Después, nada, su sonrisa de siempre y un “pasame el llamado a mi oficina… si?”
Claro que no le di importancia porque conmigo se comportaba para ese entonces como el hombre más encantador del mundo.
(Continuará)
Roxana Laura Ronquillo