"Curarse de un trauma se asemeja en muchos sentidos a crear una poesía" (del libro "Este dolor no es mío")
martes, 27 de abril de 2010
De "EL LIBRO DE LAS SOMBRAS"
jueves, 15 de abril de 2010
Capítulo 34 de "El diario de Marga" (novela en elaboración)
- No, Fabián. No puedo hacer esto…
Su respuesta, un murmullo suave, pero tan seguro, tan firme, tan de hombre, suena aún como un eco en mi cabeza:
- Yo prefiero extrañar algo que tuve y perdí, y no vivir extrañando algo que nunca tuve… Sos tan hermosa...
“¿Hasta qué punto soy capaz de arriesgarme?”, recuerdo que pensé, “¿Hasta dónde soy capaz de llegar? ¿Y después… qué?”. Siempre pensando en el pasado o en el después, siempre. Es algo que no puedo evitar.
- ¡No, Fabián! ¿Qué puedo darte, después?
Soy consciente de la existencia de mi familia, más allá de cualquier lazo, más allá de la distancia. Fui consciente de ello en ese momento, también. La relación Marga-Fabián no pasaría de instantes aislados, compartidos, pero efímeros. Lo sabía entonces, lo supe siempre. Me hubiera gustado tener valor para hacer de ella algo diferente. No lo tuve. Él tampoco lo tuvo, o no quiso tenerlo.
- Marga… Nunca hablé de después. Yo no te pedí nada… ¿Qué sentís, “ahora”, no “después”?
Siempre fue tan claro para todo. Tan capaz de aceptar lo que la vida le daba (o no aceptarlo) pero sin “peros”. Lo contrario de mí, que evaluaba cada pequeño detalle y permanecía paralizada, cortándome cualquier avance. Aunque, sin que sea un justificativo para mí, el “ahora” se podía vivir de esa manera cuando se era tan joven como él, tan lleno de futuros, de caminos. Yo… finalmente, me permití ceder. Tal vez, por esa imagen que añoraba de mí misma; tal vez, por el cansancio de preguntarme siempre. Me embarqué en la aventura de mis sueños. En sus brazos bronceados de corsario. En sus ojos gitanos, tan profundos y cómplices. En su sonrisa dulce, sugerente… “Después”, me dije, “… quién sabrá qué hay después”...
ROXANA LAURA RONQUILLO
miércoles, 7 de abril de 2010
Con ojos de niño
domingo, 4 de abril de 2010
Mañana será mía
Al verla, me invade una impotencia loca de no poder entrar y hacerla mía a la fuerza. O tomarla, disimuladamente, y llevarla conmigo sin que nadie lo note. Cada día es igual. La necesito, sé que la necesito, pero tanto mandato social acumulado, que hay que ser previsor, que no arriesgues, que después te quedás sin nada y dejás de verla tan bonita y te arrepentís… Esperá, pensalo mejor y… no, no puedo. Regreso cabizbaja, jurándome que al día siguiente voy a hacerlo sin pensar en nada.
Ayer la llamé a Ana para pedirle consejo.
- No lo pienses más… - me dijo con su practicidad de siempre.- Si a los cuarenta no te podés dar un gusto… ¿Cuándo?
Y sí. Tiene razón. A los cuarenta surgen inseguridades. Que el paso del tiempo y ese redondeo cruel de cerrar una etapa de tu vida, ese esfuerzo para mantenerte joven, esas ganas de enamorarte, de hacer una locura como lo hacías a los quince años. Indefectiblemente, necesitás algo externo que te haga sentir bonita, otra vez en el ruedo, pero no sos tan arriesgada como a los quince… Evaluás cada paso antes de darlo. Eso sí: sabés exactamente cuál es tu deseo y cómo conseguirlo. Ya no das vueltas y vueltas mirando opciones. Te decís: ¡es esto!... Pero no…
En esta Argentina donde todos hablan de desarrollo sustentable y nadie sabe qué va a pasar mañana, uno se vuelve cauto, precavido, incapaz de llevar a la práctica todos sus deseos.
Y cada día de este enero terrible, mientras el mundo entero debate sobre el cambio climático, y en Europa la gente muere por el frío, y acá, en Latinoamérica giramos convirtiéndonos en pollos al spiedo por el calor… Cada pequeño aumento de temperatura me guía hasta ella. A la necesidad, a la inaccesibilidad, al deseo, al calor, al 253 en Rivadavia que me deja justo en la esquina de mi imposibilidad.
Como siempre, la miro como un niño suspirando ante un juguete caro. Me avergüenza seguir ahí parada, haciendo nada, contemplándola, en pleno centro de Ramos Mejía.
Disimulo, intentando camuflarme entre el resto de la gente en un rincón oscuro de la galería. Distraídamente, reviso el bolso, mientras pienso, evalúo, estudio los pros y los contras, enfrento necesidades con posibilidades…
¿Y si mañana es tarde? ¿Si alguien se me anticipa y llego y un hueco anuncia su partida?
No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, como dice el tango. Me desespera, pero no, no soy tan arriesgada. No, no puedo, no puedo.
La miro, sonriendo, con la seguridad del día siguiente.
Mañana, me prometo.
Mañana esa bikini será mía.