Dedicado a nuestra querida Poldy Bird...
de parte de todos los que compartimos sus "Cuentos para Verónica"
y que hoy aunamos nuestras lágrimas a las de ella...
Teníamos casi la misma edad, Verónica y yo. Ella, treinta y nueve. Yo, treinta y ocho. Ella, la hija de Poldy Bird, que hoy, con sus treinta y nueve años, a causa de un infarto masivo, abandonó este plano. Y yo, sólo puedo imaginarla de la mano de los ángeles, pero con diez o doce años, como su mamá la describía en "Nuevos cuentos para Verónica", como yo, cuando leía los cuentos y me identificaba con ella... así, algo ingenua, regordeta... y ansiaba una mamá que me fabricara un mundo de mariposas y colores... y palabras... y cosas compartidas...
No puedo más que pensar ¿Dónde quedó, Verónica, nuestra infancia...? Ese cambiarnos cien veces de ropa, mirarnos al espejo, sonreírnos frente al chico que nos dice "gorda papa", sabiendo que en el fondo le interesamos... ¿Dónde quedó aquel tiempo donde el amor era sólo los sueños que teníamos sobre el amor...? ¿Dónde se va la vida, con nuestros treinta y nueve años, si se nos duerme el cuerpo para siempre?
No puedo más que sentir todo el dolor de Poldy... porque, una vez más, el destino le arrebató de un manotazo un ser querido... Y otra vez el vacío... y la tristeza... la lágrima y la pérdida.
No... Verónica no está muerta, Poldy... Verónica jamás va a morir... porque continuará viviendo en todas las Verónicas que vivimos su mundo, que nos hamacamos en tus palabras, que hacemos un altar de sueños donde el tiempo se eterniza, entre los seis y los doce años, y allí nos quedamos a inventar una nueva vida. A ser chicos por siempre y para siempre. Así, con las mejillas encendidas, con los ojos redondos de asombro, con mariposas revoloteándonos en el pecho... y un mañana que nunca llegará.
Roxana Laura Ronquillo