El cazador emerge
de las tinieblas propias
y necesita presas
para intentar llenar
el vacío negro que lo absorbe a la nada.
Olfatea.
A veces, solo se trata del instinto.
La presa se aleja del camino.
Busca.
No sabe qué.
También, sólo se trata del instinto.
Existen tantas formas de descubrirse
como incógnitas acerca del por qué.
La presa se acerca
mientras el predador se regocija.
Los dos van a la muerte
y ninguno lo sabe.
La presa siempre muere primero.
Pero algo de ella
queda en el predador como veneno.
Le impide respirar, en ocasiones.
Lo acecha cuando duerme.
Se extiende por su sangre mientras pasan los días.
Su agonía es más dura y más oculta.
Se retuerce y le desde adentro
y no puede sacarlo.
Una muerte tras otra.
Una voz tras otra.
Un silencio tras otro.
La horrible sensación
de ese vacío que se lo lleva todo.
Hasta a él mismo.
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