jueves, 14 de julio de 2011


(Lo que está en itálica es porque el principio y el final son del cuento "Huang Ti, la calavera, el caballo y el halcón". La consigna del taller era escribir el desarrollo, así que "lo del medio" (que está en letra común) es lo que yo escribí...

"Buscando a su amigo Tzu Kuei, perdido en el terrible desierto, Huang Ti halló una calavera. Dándole unos golpecitos con el cabo de su látigo le preguntó si era la de Tzu Kuei. No tuvo respuesta."

Tzu Kuei era un guerrero de la Verdad. En su cuerpo llevaba cargadas las marcas de sus luchas cotidianas. Callado. Observador. Recorría los mundos más distantes acompañado sólo por su caballo, un árabe blanco de buen porte, y un halcón que encontró lastimado en medio de las sierras y al que adoptó. O tal vez se adoptaron mutuamente al identificarse uno en el otro. Un halcón malherido y huraño aceptando su destino, caído en el medio de la soledad de las montañas. Un halcón que, al igual que Tzu Kuei, jamás se daría por vencido.
Huang Ti los conoció cerca del río Ah Vion.
Sus caminos se cruzaron y recorrieron juntos un buen trecho antes de separarse. Tzu Kuei había sido un gran maestro. Huang Ti, un alumno rebelde que cada cierto tiempo se alejaba, enojado, cuando quedaba al descubierto una verdad que no estaba dispuesto a aceptar fácilmente. Y volvía, silencioso, mientras Tzu Kuei le repetía que las Verdades sólo pueden ser aceptadas cuando uno está preparado; que ningún ciclo podía forzarse; y que se quedara ahí, necio o no, con sus razones, hasta que lograra comprender.
Los dos supieron que debían despedirse porque sus caminos continuaban por separado. Huang Ti sentía un gran peso en el alma, pero mucho antes (su maestro siempre lo sabía mucho antes), casi al descuido, en medio de una simple conversación sobre pesca, su amigo habló de la importancia de cerrar puertas sin atarse a nada. Uno nace solo y muere solo. Y la mayor parte del camino la recorre consigo mismo. El resto, amor, acompañamiento, aprendizaje, ayuda, decorado o confusión, depende, le había dicho. Y así se iba, fiel a sus convicciones y sin sufrir el apego a las cosas mundanas.
Durante un tiempo que no supo medir, que transcurría tranquilamente un día sobre otro, Huang Ti aprendió a Ver. No podía describir cómo, de qué manera ocurrió la transformación, pero ahora realmente Veía.
Tenía que compartir esto con Tzu Kuei. Debía contarle. Estaba realmente feliz. ¿Sería eso cercano a alcanzar la iluminación? ¿O esra únicamente un pequeño paso? Imaginó a su maestro regañándolo por perder la humildad, por permitir que un simple descubrimiento lo obnubilara al punto de creerse iluminado. Sonrió. Seguramente, sólo era un avance pequeño, pero para él significaba un gran avance. Debía encontrarlo. Tenía que compartirlo con Tzu Kuei.
Ya "Veía". No era esto ni bueno ni malo. Era y punto.
Buscó un lugar para meditar. Vio el caballo de su maestro galopando a través de los vientos del desierto. Vio a su halcón sobrevolando cielos tormentosos. Y también vio a la Sombra. A la Sombra acechando, a la espera. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. El encuentro con su maestro de pronto tomó carácter de urgente. Ya no para contarle del Descubrimiento, sino para advertirle de la Sombra. ¿Sería una o muchas? Las Sombras no suelen moverse solas. Andarían por ahí otras oscuridades complementarias.
Viajó lo más rápidamente que pudo. Se dejó guiar por la intuición. Marchó hacia el desierto.
Pero algo estaba mal. Algo lo molestaba. Casi se había privado del sueño y la comida por encontrar a Tzu Kuei.
Perdió la noción de tiempos, espacios y otros rostros humanos.
Percibió un movimiento y se volteó, listo para enfrentar a una Sombra. Detrás de un velo azul, los profundos ojos negros de una hermosísima mujer lo desarmaron. Huang Ti bajó los brazos. Su belleza lastimaba como la arena del desierto. Lastimaba los ojos y la piel. Un cuadro, un espejismo inalcanzable rodeado de nada. Huang Ti la siguió, seguro de que era una enviada a ayudarle. La siguió por los no-caminos del desierto. La siguió hasta olvidar por qué la seguía.
Al abrir los ojos, todo había desaparecido. Mujer, caballo, provisiones, ya nada quedaba a su alrededor más que viento y arena. Supo que moriría allí.
Supo, entonces, que en esta Tierra no había iluminados porque nadie era capaz de desterrar a la persona, al humano que no sabe ver más allá de lo que cree ver.
Supo que el hombre al borde del abismo del no-saber-qué-hacer, se aferra a una visión... Y cree que siempre una visión es una salvación.
Supo que las visiones y las mujeres hermosas también podían ser engaño y ceguera.
Supo que los amigos con buenas intenciones también se equivocaban y se perdían en el juego del engaño.
Supo que las Sombras ya habían alcanzado a su maestro.
Y, con su último aliento, supo que también lo habían alcanzado a él.

"Entonces, ya del otro lado de la vida, vio a su amigo Tzu Kuei montado en un caballo blanco y con un halcón de caza posado en el hombro que venía alegremente hacia él."
ROXANA LAURA RONQUILLO