martes, 24 de marzo de 2009

Resurgir


Hace mucho tiempo, las noches eran simplemente noches. Y los días, simplemente días. Plácidos de sol. O fríos. O lluviosos. O nublados. El abrir los ojos era el comienzo de algo nuevo. Y la sonrisa se presentaba en cada mañana como el café con leche.

Hace mucho tiempo, la risa era un eco que recorría la casa.

Después vino el “proceso de reorganización nacional” y ahí despertaron los demonios del miedo. Las noches se convirtieron en largas pesadillas, y los días, en un tratar de pasar inadvertido. Un juego de escondidas en el que nadie sabía de qué, ni por qué se escondía, y nadie quería ser descubierto. Estaban los que pensaban “por algo será”. Estaban los que creían que alguien tendría el valor de gritar “piedra libre para todos los compa...”. Y los que soñaban que la voz de la multitud se volvería un coro que haría extinguir a los “dinosaurios” de Charly y devolvería los demonios a sus jaulas.

En esos días, Marcelo era un líder nato. Orgulloso de haber ingresado en la UBA para cursar la carrera de Medicina. Había conocido a Laura, se había enamorado, y compartían estudios, intereses y besos.

A Alicia se le llenaban los ojos de lágrimas recordando el andar apresurado y alegre de su hijo, un huracán de sueños y proyectos. Inteligente, lindo, amante de la justicia, firme defensor de sus ideales, sensible, divertido. Bastante parecido al resto de los adolescentes a quienes les tocó cambiar un mundo y empezar de nuevo.

... Empezar de nuevo los que pudieron. El resto... muchos Marcelos, y Lauras, y Diegos, y Karinas, quedaron en la historia como desconocidos que se tragó el monstruo de la dictadura. O sellaron con sus propias tumbas el grito cruel e inhumano de las torturas para dejarlas sepultadas para siempre.

Durante muchos años, Alicia fue un fantasma desconsolado que vagaba por los rincones preguntándose “¿Por qué?”. Enfundada en su bronca y su impotencia recorría a diario el jardín donde, con una tristeza infinita, enterraron los libros que su hijo tanto amaba. Ella, con la esperanza de cuidarlo y protegerlo. Él, resignándose a sus ruegos para dejarla tranquila.

Habían prohibido todo y, aún así, cada día encontraban algo nuevo para prohibir. Y a pesar de todo, y sin saber por qué, Marcelo no volvió.

Ella corrió detrás de cada rastro... Cada versión que se oía se convertía en una pista para buscarlo. Necesitó de duelos casi interminables para admitir lo que Marcelo parecía haber aceptado desde un principio: que su destino era torcer el cauce del torrente del miedo, ser un desconocido que desaparece en el transcurso de la historia para que nunca más el abuso domine la vida de los hombres. Cuando se resignó a que correr detrás de la nada no la llevaba a ningún lado, comenzó a volcar su dolor en un cuaderno. Escribió cada lágrima, cada esperanza, cada idea, cada búsqueda vana, hasta logró escribir cada silencio. Convirtió en libro su muerte cotidiana. Con Marcelo susurrando a su oído que, aunque quizá su libro nunca se publique, jamás sería enterrado. Que aunque no estén de acuerdo con sus opiniones, nadie podrá callarla ni obligarla a pensar diferente. Que tal vez, las noches vuelvan a ser noches, y los días vuelvan a ser días. Que mientras un solo ser ame, la vida resurgirá, como el Ave Fénix, entre las cenizas del fuego de los hombres.

Roxana Laura Ronquillo

jueves, 19 de marzo de 2009

De "El libro de las sombras"


INTACTO
(Con amor, a las mujeres que se conforman con la sombra de la felicidad)

La botella de perfume importado, allá, en el estante más alto, inalcanzable, en su packaging original… El regalo más costoso que recibió para su cumpleaños… El regalo más costoso, del hombre que ella jamás amó. Exquisito diseño… demasiado exquisito para estar a la altura de las circunstancias. Aroma suave, delicado, persistente… lo que él pretendió de ella, “su” esposa, “su” mujer. Lo malo fue que ella no se amoldó nunca al lugar de lo “suyo”. Pero, negando abismos lograron encontrar al menos un lugar en común, donde no molestarse el uno al otro. Un lugar de silencios propios y rutinas compartidas. De maravillas jamás descubiertas y cotidianeidades sumamente cómodas.
Y la botella de perfume importado absurdamente igual, ilógicamente intacta en el último estante… Ella no quiso contarle que nunca pudo usarla porque otras manos quemaron su piel de porcelana y la hicieron mujer. Quiso confesarle que rompiendo barreras que la cordura impone, otra sonrisa le fabricó otro mundo en donde no existían fragancias importadas porque el olor del otro despertaba pasiones de fuego incontrolable. Sí, el “olor” del otro… no su “aroma”. El sexo y el amor frenéticamente libres allá donde no se puede y, sin embargo, a oscuras, sí se puede todo.
El interior de una mujer es un abismo, un volcán encendido de misterios. El exterior, acaso una fachada donde se permanece acurrucada, tranquila, junto a quien no se ama, soñando con los brazos del hombre que se ama, tan llano, y tan simple, y tan cercano, y tan inaccesible, y tan lejano como el frasco de perfume allá, en el último estante.
Cerró los ojos. Nunca quiso fingirle sentimientos al hombre que dormía a su lado desde hacía treinta años. Sospechó que él lo sabía, o lo intuyó, o lo imaginó… Tal vez, también él eligió la mentira del hacer de cuenta que todo continuaba igual que siempre…
Cuando ella estuvo a punto de decirlo, de dejarlo volar como los sueños, él le regaló el perfume. Y ella calló. Como callaba siempre. Como callaba ahora y para siempre, dejándose acunar en brazos de la muerte, con las mejillas arreboladas de sol, soñando con su amado, y el cuerpo rígido, el packaging intacto, los ojos fijos, ya sin vida, en el perfume importado del estante de arriba…

Roxana Laura Ronquillo

domingo, 8 de marzo de 2009


Durante el año 2007, en el Taller Literario trabajamos con consignas basadas en la búsqueda... La búsqueda de un lugar en el mundo, de la belleza, del amor... Una de ellas fue “la búsqueda de la esencia de lo femenino”. Podíamos escribir en cualquier género, pero tomando como base a una persona, su biografía, o diferentes momentos de su vida...
En mi mente se juntaron la idea de que la casa donde vivo perteneció a mis abuelos maternos, con el recuerdo de que la familia de mi abuela estaba formada por sus padres y siete hermanos (ocho con mi abuela incluida), dos varones y seis mujeres. A lo largo de su vida, que fue a la vez dura y alegre, debieron trabajar para poder subsistir y, a la vez, como el mandato social de aquel momento exigía, casarse y tener hijos (y dejar de trabajar para educarlos y dedicarse a ellos). Esta mezcla de situaciones las volvió fuertes y unidas. El lazo de amor se mantuvo a través de las generaciones que las sucedimos (y gracias a ellas). Mujeres a las que les costó tanto aprender a leer y escribir y, sin embargo, lograron educarnos y enseñarnos con la simpleza de la verdad... Esta es a mi criterio la esencia de lo femenino... La fortaleza del alma, la esperanza, la alegría y el amor que se anidan en el corazón de la mujer, y que hacen que su espíritu se mantenga vivo aún después de su muerte....
Acá transcribo el relato...
Feliz Día Internacional de la Mujer...






SEIS MUJERES

Hubo un tiempo en el que los caminos no existían. En el que quien viajaba a dejarse guiar por las manos del destino, podía no volver.
El futuro era remoto e inalcanzable. El paisaje, infinitamente extenso y sin fronteras.
En ese tiempo de idas sin regreso, Leonor De Agosto y Antonio Di Marzo (y no se rían por los apellidos, son los reales de mis bisabuelos) llegaban a Argentina con su pequeño hijo Francisco. Italia quedaba detrás de un océano infranqueable y ya nunca la volverían a ver.
Rondaron por Argentina y Uruguay luchando su presente para, finalmente, detenerse y afincarse en el barrio de Flores, a una cuadra de lo que era el arroyo Maldonado (hoy, Avenida Juan B. Justo al 5800).
A lo largo de esos años en los que la esperanza fue el motor del vivir cotidiano, tuvieron siete hijos más: Cayetano, Romana, Filomena, Francisca, Serafina, Dominga y Eleonor. Poco a poco, estos nombres fueron reemplazados por los apodos que los inmortalizaron en la memoria de sus descendientes (Chicho, Gaetano, Ñata, Mena, Kika, Fina, Chola y Gorda). La mitad, de cabellos oscuros, tez rosada y con los ojos renegridos de Antonio. La otra mitad, rubio-dorados, con la mirada transparente y azul de Leonor. La mayoría, mujeres... Decidiendo, organizando, resolviendo... Fuertes, a costa de cargar sobre sus hombros el peso de la vida... Alegres, para pintar su futuro con brillantes colores... Solidarias, porque en tiempos difíciles uno solo no puede... y el peso compartido se aliviana. Con la esperanza aliándose al esfuerzo para darle a sus sueños raíces y alas.
Aprendieron a fuerza de vivir, y ya desde muy jóvenes comenzaron a trabajar en la fábrica de medias Minué. Una a una. Dejando su lugar a la siguiente al casarse y quedar embarazadas.
Todas tenían en común un carácter enérgico y emprendedor. Y un dialecto propio, “tano-castellanizado”, que fue una especie de código compartido con sonrisas y complicidad.
De las mujeres, Ñata fue la primera en casarse al llegar a los quince años. Y así como una a una ingresaron al mundo laboral, así fueron formando su propia familia, dispersándose entre la Ciudad de Buenos Aires, Hurlingham y Caseros... Aunque los lazos del amor las mantuvieron siempre unidas.
Mena era la divertida, la que arrancaba carcajadas en las fiestas.
Kika, la única que nunca se casó, y la que nunca aprendió ni a leer ni a escribir. Como compensación, tuvo muchos sobrinos que la amaron como hijos. A pesar de su analfabetismo, en la fábrica le otorgaron como distinción a su trayectoria, una medalla y una pulsera que guardó orgullosamente toda su vida.
Fina era la que corría en auxilio de todas en cualquier ocasión.-
Chola, la coqueta, bonita y elegante.
“La Gordita”, la más pequeña, es quien a sus ochenta y tantos, suele traernos durante sus visitas, un poco de las cinco que ya no están.
No es mi intención contar sucesos tristes (¡Que los hubo...!), y no puedo extenderme con el detalle de tantas alegrías. Es que mi casa guarda en sus rincones más de dieciocho mil días de historias y recuerdos...
En el silencio de la noche, crujen sus pisos de madera ajada. En las mañanas vestidas de sol, sus ventanas sonríen a la vida. Sus paredes esconden los secretos y el alma de quienes se fueron en busca de ese cielo merecido, y respiran a diario las emociones de quienes intentamos merecerlo.
A lo largo del tiempo, el hombre quiso facilitar la ida y la vuelta... Y el mundo entero se fue poblando de rutas y caminos... Y los caminos se convirtieron en rotondas que no nos llevan hacia ningún lado... Y buscamos anclarnos, entre risas y abrazos, para mirar un día a nuestro alrededor, sabiendo que ya habremos hecho tanto, que aunque nos marchemos en brazos de los Ángeles, la Vida continúa...

Roxana Laura Ronquillo